sábado, 24 de marzo de 2012

De Rey de Portugal a humilde pastelero

Sebastián I  de Portugal.- Una vida apasionante

De rey de Portugal a pastelero en Madrigal .

Ver: Sebastianismo-pruebas de la supervivencia

Quiero empezar estos comentarios en donde termina la vida oficial de D. Sebastián en Alcazarquivir ya que los sucesos de su vida hasta ese momento son bien conocidos. Los sucesos posteriores fueron cuidadosamente ocultados por las autoridades españolas y desconocidos totalmente por los historiadores al haber sido declarado el proceso del llamado “pastelero de Madrigal” secreto de Estado y materia reservada por el duque de Lerma, primer ministro de Felipe III, secreto de Estado que estuvo en vigor hasta mediados del siglo XIX. Cabría preguntarse: si era un impostor y el proceso fue justo ¿porqué se clausuro y se declaró materia reservada?

 La propaganda del Estado español funcionó bien y el caso del pastelero fue asimilado al de los tres impostores que fueron fácilmente desenmascarados y ejecutados. La Santa Sede que no quiso levantar el voto hecho, por D. Sebastián bajo los pontificados de Gregorio XIII y Sixto V, por motivos exclusivamente políticos corrigió su actitud a partir de la muerte de Felipe II en 1598 y emitió tres breves pontificios en 1598 por Clemente VIII, en 1617 por Paulo V y en 1630 por Urbano VIII reconociendo los derechos de D. Sebastián y de sus sucesores a la Corona de Portugal.

Las líneas que siguen las he escrito con la información obtenida en el estudio del proceso de Madrigal que se guarda en el archivo nacional de Simancas y de numerosas obras en especial de las escritas por mis queridas amigas, ya fallecidas, Mercedes Formica y Remedios Casamar a las que estaré eternamente agradecido.

Empiezo la historia cuando termina la batalla de Alcazarquibir. Se está procediendo al saqueo de los cadáveres y al asesinato de los portugueses heridos que no tienen ropajes de nobles por los que se pudiera pedir rescate, el calor es asfixiante y tras la batalla uno de los prisioneros portugueses, Sebastián Resende, dice conocer el sitio en donde se encuentra el cadáver del rey. Van a buscarlo y traen un cadáver de un hombre joven, desnudo y totalmente irreconocible por tener la cara destrozada. Los nobles portugueses prisioneros reconocen en el cadáver al rey D. Sebastián con lo que el sultán triunfador queda contento y no ordena que se siga buscando al rey. Más tarde, cuando los prisioneros fueron rescatados y volvieron a Portugal, explicarían que dijeron reconocer el cadáver para dar tiempo al rey a ponerse a salvo evitando fuese perseguido. Este fue el cadáver que se enterró en los Jerónimos de Lisboa por orden de Felipe II que tenía sumo interés en que no hubiese duda de la muerte del rey D. Sebastián.

El día de la batalla, por la noche, llegaron a Arzila tres caballeros y dijeron, para que les abriesen las puertas de la muralla, que con ellos iba el rey. Los tres caballeros se embarcaron y D. Diego de Soussa ordenó que la flota zarpase para Portugal. Se desmintió el que uno de los embarcados fuese el rey D. Sebastián pero cuando la flota llegó a Lisboa el almirante Soussa no fue arrestado por haberse vuelto a Portugal sin esperar a su rey y a los restos del ejército. No fue arrestado porque el almirante le explicó al nuevo rey de Portugal, el cardenal-infante D. Enrique, que D. Sebastián había vuelto a Portugal, que quiso volver de incógnito por estar avergonzado, y que había jurado vivir como hombre bajo durante veinte años para, así, purgar su pecado de soberbia que había llevado a Portugal a la ruina y a la terrible derrota.

El nuevo rey D. Enrique ni castigó al almirante Soussa ni hizo testamento. Era viejo y estaba bastante enfermo de tuberculosis y como no tenía descendencia era urgente que hiciese testamento pues había varios parientes que se creían con derecho a la corona de Portugal, entre ellos Felipe II de España que se creía con mayor derecho a los demás. D. Enrique sabia que si no hacía testamento Portugal caería en manos de Felipe II pues era, desde el punto de vista militar, el más poderoso, pero no testó pues sabía que su sobrino nieto D. Sebastián vivía y que tarde o temprano acabaría manifestándose públicamente para evitar que el reino cayese en manos extranjeras.

D. Enrique se equivocó en sus cálculos pues falleció mientras D. Sebastián estaba en tierras lejanas pues había ido como peregrino a Jerusalén donde formuló su voto de vivir veinte años como hombre bajo. Felipe II sin dudarlo invadió Portugal y se apoderó del reino con su política de hechos consumados.

El hecho de vivir como hombre bajo implicaba la muerte civil pues en aquella época para pertenecer al estamento noble era preciso demostrar que no se había trabajado manualmente nunca. El hecho de vivir de un oficio que implicase trabajo manual como cocinero o pastelero significaba, por tanto la exclusión de la nobleza y  con mayor motivo, de la realeza.

D. Sebastián cuando volvió de África fue a Coimbra, al monasterio de la Santa Cruz, a devolver la espada de D. Alfonso Henríquez que había llevado a la guerra y que por quedar olvidada en la nave no se perdió en la batalla. El almirante Soussa no habría dado la espada a nadie salvo al rey D. Sebastián. De Coimbra marchó a la sierra del Carnero, entre Oporto y Guimaraes, a una casa propiedad de D. Cristóbal Tabora para curarse de una herida que tenía infectada en la pierna izquierda. La mujer de D. Cristóbal Tabora,  Francisca Calva, contrató en Lisboa por cincuenta cruzados, a un famoso doctor judío, el doctor Mendes Pacheco, para que fuese a su casa de la sierra del Carnero a curar a D. Sebastián. El doctor cuando volvió a Lisboa contó que había curado a un joven enmascarado con un antifaz al que acompañaban cuatro caballeros y como Francisca Calva le había dicho que iba a curar a D. Sebastián de nada sirvió el antifaz pues ya sabía de antemano el doctor a quien iba a curar y así lo proclamó en Lisboa.

Cuando estuvo curado de su herida en la pierna marchó D. Sebastián a tierra Santa en peregrinación y en el Santo Sepulcro en Jerusalén repitió el voto con juramento de vivir veinte años como hombre bajo. Volvió a Europa por donde deambuló durante siete años. Hay poca información de los lugares en donde estuvo durante esos años. Se sabe estuvo en La Coruña combatiendo junto a los españoles contra los ingleses. Estuvo en Navarra en 1584 donde era virrey el marqués de Almazán y esta visita fue trascendental en su vida pues el marqués le reconoció.

El marqués de Almazán cuando vio en el estado en que se encontraba el rey de Portugal le convenció que no podía seguir viviendo en esas condiciones tan deplorables. Ante el misticismo tan exacerbado de D. Sebastián el marqués le aconsejó que fuese a Roma a pedir al Papa le dispensara del voto hecho. En Roma vivían el padre de Alejandro Farnesio, Octavio Farnesio Príncipe de Parma y el tío de Alejandro Farnesio el cardenal de igual nombre. Alejandro Farnesio, primo hermano de D. Sebastián vivía en Madrid.
Octavio Farnesio estaba ya viudo de Margarita de Austria, la hija de Carlos V, tía de D. Sebastián, pero el marqués de Almazán pensó que los dos hermanos Farnesio podrían ser de gran ayuda a D. Sebastián en Roma siendo como era el cardenal Farnesio decano del colegio cardenalicio.


 El  marqués de Almazán que conoce a los Farnesio desde su estancia en Italia cuando tan solo era conde de Monteagudo, le da cartas de presentación para los hermanos Farnesio, le viste adecuadamente con ropas de señor y le provee de los fondos necesarios para realizar el viaje.   

El marqués de Almazán tiene una sobrina, Dª Ana de Austria, hija natural de D. Juan de Austria y de Dª Maria de Mendoza, que vive desde su niñez en el convento de Agustinas de Madrigal de las Altas Torres. El marqués piensa que un matrimonio entre D. Sebastián y su sobrina sería muy ventajoso para la familia al emparentar con la realeza y le pide a D. Sebastián que solicite al Pontífice la dispensa para poder casarse con Dª Ana que es prima hermana suya. D. Sebastián guarda un grato recuerdo del Papa, Gregorio XIII, que fue la única ayuda que tuvo cuando emprendió la aventura africana. Piensa que el Pontífice no le pondrá obstáculos a su demanda de levantarle el voto dada la buena relación que siempre hubo entre ambos.

Llega a Roma D. Sebastián a comienzos de 1585 y se dirige al palacio Farnesio. Le reciben los dos hermanos Farnesio con gran simpatía y el cardenal Alejandro le presenta un simpático joven llamado Marco Tulio Catizone para que le sirva de secretario en Roma para el proceso que inicia la Curia de reconocimiento. El proceso de la Curia es lento y los cardenales españoles y los hispanófilos se oponen rabiosamente al reconocimiento poniendo todo tipo de obstáculos para dilatarlo pues el Papa es muy mayor y esperan muera antes de autorizarlo.
Los cardenales españoles se habían opuesto rotundamente al levantamiento del voto alegando que ello implicaría enemistar a la Santa Sede con España, la principal potencia católica. El Papa, anciano, no tenía fuerzas para asumir tanta responsabilidad y como veía próximo su fin pensó era mejor dar largas al asunto y, en todo caso, dejar la solución en manos de su sucesor que presentía muy próximo. No existe ninguna prueba  de que el Pontífice fuese asesinado por los agentes españoles ante el peligro de que reconociese al rey D. Sebastián, aunque el pueblo romano, siempre murmurador, dio por hecho cierto el envenenamiento del Pontífice. El mismo D. Sebastián tiene que extremar las precauciones pues Marco Tulio teme que los agentes españoles en Roma asesinen al Rey. 

 El Papa, que tiene 84 años, moriría el diez de abril de ese mismo año 1585 sin que tuvieran tiempo D. Sebastián, su agente romano Marco Tulio Catizone y sobre todo el cardenal Alejandro Farnesio, a pesar de su prestigio y ascendencia sobre el colegio cardenalicio, de conseguir el levantamiento del voto. Los cardenales españoles y los hispanófilos tienen peso decisivo en el cónclave y en la ya débil voluntad del moribundo Pontífice Gregorio XIII.

 El Papa le dio la dispensa para casarse con su prima Dª Ana de Austria y con su otra prima Isabel Clara Eugenia, hija mayor de Felipe II con quien estaba comprometido a casarse desde las vistas de Guadalupe. Estando en Roma D. Sebastián en estas cuestiones, fallece el Papa Gregorio XIII y le sucede en el pontificado Sixto V.

 Los cardenales españoles, que tanto habían luchado en el cónclave que ordenó el Pontífice anterior para el reconocimiento del Rey D. Sebastián consiguiendo, que aunque fuera reconocido como tal en el extensísimo expediente que se realizó por la Curia romana, no se le levantase el voto, por las razones de índole política aducidas, ahora se dejan engañar por el aspecto achacoso del cardenal y no ejercen el veto saliendo elegido en dicho cónclave un Pontífice  enemigo acérrimo de Felipe II. Como los cardenales no se ponían de acuerdo sobre el Pontífice a elegir, se pensó, como otras veces, en un Papa de transición, que durase poco y permitiese a los cardenales elegir con tranquilidad el siguiente Romano Pontífice.

Su elección la promovió el Cardenal de Médicis, agudo político, y consiguió fuese elegido con enorme rapidez el 28 de abril de dicho año de 1585. La leyenda romana cuenta que durante el cónclave el viejo cardenal no paraba de toser y decía a los demás cardenales que tenía los días contados y que le aconsejasen a quien debía votar. Los cardenales, que no se ponían de acuerdo pensaron en un papa de transición y decidieron elegirle. Cuando aún no había terminado el recuento de votos pero él ya tenía asegurada la mayoría para su elección, se irguió, dejó de toser y se dispuso a actuar como un pontífice autoritario.
D. Sebastián pensó que podría conseguir del nuevo Pontífice la dispensa de su voto puesto que la probanza que era lo más largo y engorroso ya se había realizado y figuraba en el expediente abierto por la Curia en el Vaticano y permanece en Roma con este propósito.

Este Pontífice obliga a D. Sebastián a mantener su voto por los mismos motivos del anterior: no quiere conflictos entre príncipes cristianos, pero le renueva la dispensa para poder casarse con Dª Ana de Austria  o con su otra prima Isabel Clara Eugenia pues los cardenales españoles comunican al Papa el compromiso de matrimonio que tenía D. Sebastián con Isabel Clara Eugenia desde las vistas de Guadalupe.

En realidad, el astuto Pontífice a pesar de su animadversión por Felipe II, no le levanta el voto por considerar que Dª Ana de Austria es un buen partido para su sobrino nieto, el joven príncipe de Benafro, Miguel Peretti, nieto de su hermana Camila. Hace las gestiones ante Felipe II para casarle con Dª Ana, pero Felipe II, que no puede ver al Pontífice se opone al matrimonio y obliga a su sobrina Dª Ana a profesar como religiosa en el convento donde vivía de Madrigal

D.. Sebastián perdió la esperanza  que un Pontífice le levante el voto ante las negativas de Gregorio XIII y Sixto V  y decide regresar a España y esperar los trece años que faltan para que se cumpla el plazo jurado.

Durante su estancia en Roma los Farnesio hacen que pinten un retrato a D. Sebastián para tener un recuerdo de su estancia en Roma y además dicho retrato supondría una prueba evidente de su supervivencia tras la batalla de Alcazarquivir.

Este retrato  al óleo hecho a D. Sebastián a finales del siglo XVI en Italia  ha sido descubierto recientemente y que se encuentra en la actualidad en una casa de subastas de Lisboa. Este retrato muestra a un rey D. Sebastián de mas edad de los retratos conocidos del rey pues aparenta tener unos treinta años y el cuadro se le data a finales de del siglo XVI. Sabemos por Simancas que D. Sebastián acudió a Roma en 1585 para pedir al papa le dispensara del voto hecho de vivir como hombre bajo. En 1585 D. Sebastián tenía 31 años que podría ser perfectamente la edad que aparenta tener en el cuadro.

El cuadro tiene en la parte superior un letrero que dice “SEBASTIANUS I LUSITANOR R”, lo que significa Sebastián primero rey de Portugal. En la parte inferior derecha del cuadro figura en la armadura del rey lo que se adivina como la cruz de Cristo, símbolo de la Dinastía de los Avis.

Si verdaderamente el cuadro es de finales de siglo, como dicen los expertos, sería una prueba concluyente de la supervivencia de D. Sebastián y confirmaría lo declarado en el juicio de su
estancia en Roma.
Retrato romano del Rey Don Sebastián de Portugal
"Sebastian I Rey de Portugal"




En el año 1588 D. Sebastián acude a Madrid, disfrazado, a petición del Marques de Almazán que es ahora Presidente del Consejo de Ordenes y miembro del Consejo de Estado. A la reunión acude Fray Miguel de los Santos que ha ido a Madrid con el pretexto de negociar asuntos de Dª Ana de Austria. Este fraile, patriota portugués, no aceptó nunca el dominio español y fue desterrado por Felipe II a España como capellán del convento de monjas agustinas de Madrigal de las Altas Torres. Acude también un enviado del conde de Redondo, del círculo más íntimo de D. Sebastián, su mayordomo Francisco Gómez. El conde de Redondo íntimo amigo de D. Sebastián, D. Francisco Coutinho, su compañero de Alcazarquivir, había fallecido en 1580 y ahora el título lo ostentaba su sobrino el joven D. Duarte de Castelo Branco, séptimo conde de Redondo y también de amistad profunda con D. Sebastián.

 El Marques de Almazán, que teme a Felipe II desde que estuvo a punto de cortarle la cabeza en Italia por un error cuando solo era conde de Monteagudo, toma todas las precauciones imaginables para entrevistarse con D. Sebastián, pues conoce muy bien como se las gasta su Rey. El pretexto del encuentro es la comida que en Navidad da el Presidente del Consejo de Ordenes a los miembros del Consejo y a esa comida asistiría D. Sebastián como cocinero.

Esta reunión en Madrid debería haber despertado todas las sospechas de Felipe II cuando fue conocida por las declaraciones en el juicio del pastelero de Madrigal y sin embargo, extrañamente dado el carácter meticuloso del rey, no hizo ninguna averiguación al respecto cerca de los miembros de la alta aristocracia que componían el Consejo de Ordenes y cuya reunión con D. Sebastián podrían implicar una conspiración de alto alcance.

Cuando el marqués de Almazán dejó de ser virrey en Navarra, Felipe II, le nombró miembro del Consejo de Estado, es decir miembro del más importante órgano de la Monarquía Católica. Además era Presidente del Consejo de Órdenes, que  es uno de los siete consejos en los que se sustenta la gobernación de todo el Imperio español, y este Consejo es enormemente importante puesto que todos los cargos públicos de la Monarquía han de ser aprobados por este Consejo. Esto  significa que todos los cargos importantes de España y de su enorme Imperio les debían su nombramiento a los miembros del Consejo.

Para el marqués de Almazán era importante que los miembros del Consejo conociesen a D. Sebastián para estar prevenidos ante posibles acontecimientos en un futuro inmediato. Los hijos de Felipe II morían en la infancia: Carlos Lorenzo en 1575, Fernando en 1578, Diego en 1582, María 1583. Solo quedaba vivo Felipe que llegaría a ser rey pero dada la terrible mortandad de sus hermanos se temía con bastante razón por su vida. Era necesario tener prevista la sucesión de Felipe II.

Como consecuencia de la visita al marqués de Almazán, se llegó a un acuerdo de celebrar el matrimonio de Dª Ana con el Rey D. Sebastián sin cumplir con el requisito previo de pedir autorización al jefe de la familia y pariente más cercano que era su tío Felipe II. Se decidió que el matrimonio sería secreto y se casaría con la autorización y bendición del marqués de Almazán que era el pariente más cercano por la rama de su madre. No se pediría autorización al  Rey pues ello implicaría que D. Sebastián  tuviese que descubrirse y no estaba dispuesto a hacerlo mientras durase el voto emitido. O, al menos, mientras viviese Felipe II.

D. Sebastián marcha a Madrigal a conocer a Dª Ana De Austria con quien se ha comprometido en matrimonio pero Dª Ana es ya monja profesa por orden de su tío Felipe II y D. Sebastián católico ferviente se encuentra perplejo y lleno de dudas. Al llegar a Madrigal sus dudas le son despejadas por el capellán del convento Fray Miguel de los Santos que recogió por escrito una protesta de Dª Ana cuando la obligó su tío a profesar en contra de su voluntad siendo nula esa profesión según lo estipulado en el reciente Concilio de Trento.

El capellán del convento Fray Miguel de los Santos es un fraile patriota portugués que ha desterrado Felipe II a ese convento por su patriotismo. Fue en Portugal confesor y predicador del rey D. Sebastián y ha puesto todas sus fuerzas en que se realizase este matrimonio. No cabe en si de gozo y casa a Dª Ana con su querido rey y a continuación escribe a todos los nobles de Portugal contándoles la gran noticia de la reaparición del rey y de su boda con un miembro de la Casa de Austria.

Llegan a Madrigal grandes señores de Portugal preguntando por el pastelero del pueblo. Los lugareños no salen de su asombro cuando ven a esos señores besar las manos de rodillas y llorando al pastelero. No le cabe la menor duda de que ahí hay un gran misterio y que el pastelero es un rey encubierto. Por las noches los vecinos al acecho ven al pastelero saltar dentro del convento por un balcón exterior. Y la unión da sus frutos y en 1592 nace una preciosa niña rubia como su padre y como su madre a la que bautiza fray Miguel con el nombre de Clara Eugenia.

El día 7 de octubre de 1594 el juez Santillán de Valladolid detiene al rey D. Sebastián. En el año 1598 vencía el plazo de los veinte años del voto emitido por D. Sebastián y de acuerdo con Fray Miguel y con Dª Ana D. Sebastián marcha de Madrigal camino de Burgos para vender unas joyas de Dª Ana para tener dinero con lo que poder, cuando se cumpla el plazo del voto, manifestarse públicamente y reclamar la corona que detenta Felipe II.

Se fue a Valladolid camino de Burgos, y allí se quedó más de lo debido por su afición a las comedias. Además se encontró en Valladolid al cocinero que coincidió con él en Madrid en la comida de Navidad que  había dado  el marqués de Almazán. Este encuentro fue nefasto pues D. Sebastián se jactó ante él, al ir vestido como un gran señor, de serlo, y para ello alardeó de poseer joyas valiosas. Le denunciaron a la Justicia y el juez Santillán que era como un perro de presa no paró hasta que le encontró y le detuvo. 

 Eso fue la noche del viernes 7 de octubre de 1594 cuando D. Rodrigo de Santillán alcalde del crimen de la chancillería de Valladolid detiene al Rey D. Sebastián y se inicia el terrible proceso que culminaría con el asesinato del Rey al condenarle con una sentencia inicua a ser ahorcado y descuartizado.

Al detenerle le encuentra las joyas y D. Sebastián justifica su tenencia diciendo que Dª Ana  le había encargado su restauración y como quiere confirmar este extremo el juez Santillán mandó recado a Madrigal  para averiguarlo. Mientras llega  la contestación, retiene a D. Sebastián, y entonces le llegan a éste cuatro cartas que traía un mensajero y que confisca el juez Santillán.

Las cartas son de Fray Miguel de los Santos y de Dª Ana. En ellas el fraile le da el tratamiento de Majestad y Dª Ana, que también le daba el tratamiento de majestad, le escribe como una esposa enamorada.

 La sorpresa del juez Santillán es enorme.

 Además en las cartas se alude al  plan  para que el Rey D. Sebastián y otros amigos vuelvan a  Madrigal disfrazados. Por si fuera poco de las cartas se desprende con toda claridad que Dª Ana estaba casada con el tal “Espinosa” y que de ese matrimonio había nacido una hija: “Y parece que doña Ana ha parido de este hombre que aquí está preso una niña, y esto con título de casamiento”

D. Rodrigo piensa que el detenido pueda ser el Prior de Crato D. Antonio y tras pasarse la noche entera copiando las cartas las remite a Felipe II.

Las cartas del fraile Fray Miguel de los Santos,  son de enorme importancia pues han sido escritas antes de iniciarse el proceso y por tanto es un testimonio espontáneo.

 Las cartas del fraile son importantísimas por las cosas que dicen y cómo las dicen.  Las cartas están dirigidas a un Rey al que se idolatra, no son las cartas dirigidas a un impostor.

 La impresión que se extrae de su lectura es su tono de sinceridad y cariño con que están escritas. Van dirigidas a un rey al que se tiene adoración, y se le dan detalles sobre las personas  queridas y desde luego no es la carta que se dirige a un cómplice de una impostura de tal naturaleza. Veintitrés veces le da en la carta el tratamiento de majestad, lo cual sería absurdo si se tratase de un cómplice en una impostura. La frase “para servir a quien tan tiernamente amo” y la de “Rey mío y señor mío” son expresiones sinceras de cariño y respeto escritas con toda la espontaneidad de un correo privado que en principio solo debería leer el interesado.

En la carta se da un dato importante y es al mal por hacérselo a los caballos y tener falta de costumbre. Era bien sabido la habilidad de D. Sebastián para domar caballos y el fraile le hace ver que llevaba tiempo sin hacerlo y de ahí la falta de costumbre. También se lamenta de la envidia que le da esa gente de Burgos “el día de los caballos”.

Si, de las cartas de Dª Ana, se desprende un profundo cariño de esposa y podría decirse que fue engañada por Fray Miguel, de las cartas de éste se desprende igual sentimiento de cariño y sinceridad lo que sería absurdo si el fraile fuese el engañador que hubiese urdido esta trama. Un conspirador que ha urdido este enredo no se dirige a su cómplice en los términos que se reflejan en sus dos cartas.

 No cabe poner en duda su sinceridad y por lo tanto que están dirigidas al auténtico Rey D. Sebastián pues es impensable que un impostor hubiese engañado a Fray Miguel que había tenido un trato asiduo con D. Sebastián y le conocía perfectamente.

Hay pruebas que son irrefutables y esta es una de ellas al igual que es otra prueba la que el almirante Sousa se levantase con la flota al entrar en ella D. Sebastián, o que Marco Tulio dijese en Venecia, bien informado por D. Sebastián, lo mismo que el Archiduque Alberto le había escrito veinte años antes a su tío Felipe II desde Lisboa.

Felipe II  cuando recibe la carta de D. Rodrigo en la que le adjunta las intervenidas a D. Sebastián, comprende al momento que, por fin ha caído en sus manos su sobrino y  aconsejado por D. Cristóbal Moura, D. Juan y D. Martín Idíaquez responde de forma inmediata a D. Rodrigo de Santillán. Así el miércoles 12 de octubre escribe:

“Por cuanto ha venido a mi noticia que vos, el licenciado don Rodrigo de Santillán alcalde del crimen en la mi chancillería de Valladolid habéis prendido un hombre de mal vivir que dixo llamarse Gabriel de Espinosa, y que le habéis hallado rastros e indicios de delincuente he tenido por bien que vos a solas procedáis en este negocio contra el dicho preso y sus cómplices y correspondientes……….”

Por fin ha caído D. Sebastián en las manos de su tío Felipe II y esta vez no dejará que se escape vivo. De eso se va a encargar él ayudado por sus tres cómplices. Lleva muchos años conociendo los pasos que da su sobrino escondido bajo el disfraz de hombre bajo. Primero le llegó la noticia del duque de Medina sidonia de estar vivo D. Sebastián, después su sobrino el archiduque Alberto, virrey en Portugal, le cuenta desde Lisboa la curación de la pierna herida de D. Sebastián por el médico judío en la sierra del Carnero y el revuelo que esta noticia causó en Lisboa y las medidas que tuvo que tomar con el doctor condenado a galeras y por él amnistiado bajo la promesa de silencio. Por último le habían llegado las noticias de Roma, que le enviaban sus cardenales, que eran las más peligrosas pues le manifestaban a las claras que su sobrino se había cansado del voto que hiciera en un momento de depresión y quería se lo levantase el Santo Padre pues quería de nuevo volver a ser Rey. Peligraba su corona de Portugal, la corona que había heredado de su madre y él no estaba dispuesto a que nadie se la arrebatase aunque fuese un fantasma resucitado.

El lunes 17 Fray  Miguel declara a D. Rodrigo que Espinosa es el Rey D. Sebastián de Portugal. D. Rodrigo ve confirmada su sospecha de la importancia del caso y de la posible recompensa que puede obtener. El mismo día 17 D. Rodrigo de Santillán escribe a Felipe II y le dice que en su declaración le dijo primero que era una persona muy importante de Portugal y más adelante le confesó “que este hombre que tengo preso es el Rey D. Sebastián”

D. Rodrigo piensa con toda razón que si el preso es de tal importancia él puede salir muy beneficiado del asunto ya que lo que se juega en el mismo es nada menos que un reino, el reino de Portugal. A lo largo de todo el proceso va a manifestar su codicia pensando en el gran premio que le dará Felipe II por sus servicios en el caso. Se manifestará también su carácter rastrero y servil con los superiores y despótico con los inferiores lo que da idea de su calaña moral.

 Así en  la carta que escribe D. Rodrigo a Martín Idiaquez el 23 de marzo de 1595 abiertamente pide el premio a su servicio: “pide una muy buena encomienda. El día 23 de mayo D. Rodrigo escribe directamente al Rey para pedirle un premio, tres días antes el juez eclesiástico Llano recibe una carta de Madrid en donde se le dice que el premio que espera, un obispado, va bien. Los jueces del caso están bien aleccionados y esperan la recompensa por su prevaricación.

No siempre fue así. El juez eclesiástico Juan de Llano, al principio del proceso, estará bien convencido que el preso es el Rey D. Sebastián. Tuvo que esforzarse el juez Santillán en convencerle no de lo contrario sino de la conveniencia que tenía de no disgustar al Rey. Así en la carta de 4 de diciembre de 1594, que escribe Santillán a Felipe II dice:

Porque en la que va con ésta doy cuenta a VMgd. De otras cosas, sólo ésta servirá de darla a VMgd. De cómo el el doctor Juan de Llano se ha declarado en afirmar que el preso que yo tengo en Medina es el Rey D. Sebastián.

Como puede verse por la carta, el juez Llano estaba plenamente convencido, como todo el mundo, que el preso era el Rey D. Sebastián. Cuando se le hizo ver lo que de verdad convenía hacer en este asunto, se plegó a la voluntad real y al final acabó recibiendo el premio del obispado que le habían prometido por su prevaricación. Fue obispo de Salamanca donde terminó sus tristes días.

D. Rodrigo de Santillán estaba convencido que sería premiado por su trabajo, pero como no las tenía todas consigo con su Rey, procuró asegurarse que pasara lo que pasara él sería premiado, que recibiría “merced” tanto si el preso moría ahorcado, en cuyo caso la recibiría de su Rey Felipe II, como si el preso fuese reconocido y reivindicado como el Rey de Portugal, en cuyo caso el premio esperaba recibirlo de D. Sebastián. Así se desprende de la declaración de Fray Miguel a Llano de 15 de mayo de 1595 en donde dice:

Y así mismo, estando en la dicha confesión y diciendo en ella este confesante cómo el dicho Gabriel de Espinosa le parecía el Rey D. Sebastián, el dicho alcalde don Rodrigo  le respondió a este confesante “si este fuese el Rey D. Sebastián no libraría yo mal, que merced me haría”, y esto es lo que paso en la confesión.

Como se puede ver por estas cartas, todo el mundo sabía que el preso era el Rey, pero el terror que inspiraba la larga sombra de Felipe II, hacía que todos los labios permaneciesen sellados. Era mucho el miedo que inspiraba el rey a todo el mundo.

 La primera declaración de Fray Miguel, hecha el lunes 17 de octubre de 1594, es muy importante también.. En ella se refleja la misma espontaneidad que en la carta que intervino el juez Santillán, casi inmediatamente declara que las cartas que le muestran por suyas lo son, y que él tiene sin lugar a dudas que el preso es el Rey D. Sebastián y da las causas en que lo funda, que es el haberle dicho este hombre cosas que el fraile a solas había pasado con el Rey D. Sebastián.

En la segunda declaración tomada en Medina, amenazado y después de mostrarle la orden de su superior por la que se le mandaba jurar, se afirma de nuevo en su opinión de tener al otro preso por el Rey D. Sebastián y para prueba de poder creerlo trae un montón de contezuelos de dichos de Portugal, y confiesa que predicó a sus honras haciendo cuenta que lo tenía sano y vivo en el auditorio.

  A lo largo del proceso, que dirige en todos sus detalles Felipe II,  queda completamente claro que la única forma de saber la verdad es proceder a un reconocimiento del preso para ver si es cierto que se trata del Rey D. Sebastián o es un impostor llamado Gabriel Espinosa.

Desde el principio hasta el fin D. Rodrigo está seguro de quién es el preso. En primer lugar por las cartas en las que el vicario le llama de “majestad” y le pone por título “señor”, y le firma “criado”. Todo esto sería absurdo si fuese un impostor y el fraile hubiese urdido esa trama.

El premio que espera D. Rodrigo como recompensa de haber llevado el “negocio”  hasta el fin, y que, como es natural no le dan porque supondría el reconocimiento de la importancia que para el rey tendría la eliminación del preso, que si fuera, como se sostiene en la sentencia, un hombre “bajo y vil” y un delincuente cualquiera al que le hubiera dado la locura de hacerse pasar por D. Sebastián ante Doña Ana  y ante el vicario, que son los únicos a los que dice quién es, nadie le habría hecho caso.

También desde el principio están seguros el rey y sus tres consejeros de que ha hecho su aparición en escena un personaje al que desde hacía tiempo le venían siguiendo la pista temiendo siempre que se manifestara. De ahí su empeño por frenar el ansia de averiguaciones por parte de D. Rodrigo, para frenar el esclarecimiento de la verdad. Ni se buscan cómplices entre la nobleza española y portuguesa, ni entre el clero. Todo el afán del rey es que no se haga ruido, que el hecho no trascienda, que se le dé rápidamente carpetazo. Sin la tenacidad de D. Rodrigo por la parte civil y la afirmación de sus derechos eclesiásticos por la del Provincial de los agustinos, seguramente el caso no habría pasado de la justicia hecha a un ladronzuelo mentiroso y arrogante con una vanidad fuera de lugar. Pero allí había “cosa grande” y todos la reconocieron.

 Sólo un rey encubierto podía hablar y actuar así, y revelar cosas pasadas que únicamente D. Sebastián podía conocer y que eran hechos fáciles de comprobar, como la galera dorada en Sevilla para D. Juan de Austria, el que le hubiera criado una infanta (su tía Dª María) etc.

De la trama que hubo en torno a la reaparición del Rey D. Sebastián y en la que tuvo un papel importante el marqués de Almazán desde muchos años antes de la famosa comida de Navidad a la que acudió con su hijo y heredero, tal vez con el fin de que le conocieran o reconocieran los nobles asistentes a la comida, se hace caso omiso. Ni una mención en los documentos de ninguno de ellos, después de la declaración del cocinero. ¿No quiere Felipe II?  ¿Les tiene miedo?. La declaración del cocinero en el juicio pone de manifiesto una conspiración de amplio alcance que dirige el marqués de Almazán y en la cual están involucrados los miembros del Consejo de Órdenes. Felipe II no entra en el asunto llamando a declarar a los miembros vivos de aquella comida. No tiene explicación alguna que se sepa que el Consejo de Ordenes, uno de los siete consejos de la monarquía española ha mantenido contactos con el preso y no se llame a declarar a sus miembros.

D. Sebastián era un ingenuo incorregible, era un alma grande que no concebía la maldad y menos aún en su tío Felipe. Hasta el último momento estuvo convencido que su tío enviaría a alguien a reconocerle. No comprendió la maquiavélica estrategia del rey Felipe y sus malvados consejeros, viejos astutísimos, que conocían la psicología de D. Sebastián y por tanto sus reacciones por lo que llevaron el proceso con una fría inteligencia que les dio el  resultado que buscaban.

El capellán Fray Miguel de los Santos pide que se proceda al reconocimiento, D. Sebastián confía plenamente hasta el momento de su muerte que su tío mande a alguien a reconocerle. Esto seria absurdo si ambos hubieran fraguado una impostura de este calibre. El juez Santillán pide también al Rey que se proceda a reconocer al preso. El único que no consiente en que se haga el reconocimiento es Felipe II pues sabe que le costaría un reino.

 El juez Santillán juega fuerte su baza. Ya ha dictado sentencia contra el preso e intenta en un último extremo presionar a su Rey para forzarle a una respuesta negativa y por tanto muy evidente y comprometedora en relación con el reconocimiento del preso. De esta forma estima que el Rey le tiene que quedar más agradecido por su colaboración en el crimen que quiere demostrar conoce perfectamente el Rey. Así en la carta de Santillán al Rey de 15 de julio de 1595 referenciada dice:

se podría hacer con Espinosa una diligencia muy breve y muy sustancial, que es ver si se le reconoce entre 4 o 6 personas, porque, como di cuenta a VMgd. por carta de 7 de marzo, confiesa Espinosa que Fray Miguel le advirtió que se compusiese y mesurase porque de Portugal habían venido a reconocerle y que así lo hizo, y después acá dice Espinosa que conocerá al hombre que le vino a reconocer, y con esta diligencia quedará convencido Francisco Gómez para confesar la verdad aun sin tormento.

Y antes de hacer nada con Espinosa me ha parecido dar cuenta de esto a VMgd., y cuando el presidente de Castilla me escribió por carta de 6 de este mes que VMgd .mandaba que no se hiciese nada con Espinosa entendí que se había reparado allá en esto y en hacer esta diligencia que es de tanta consideración, y así, hasta advertir de esto, no he querido hacer nada con Espinosa; VMgd. será servido en mandar lo que se ha de hacer.

La respuesta del Rey no se hace esperar y constituye la prueba más evidente de las verdaderas intenciones de Felipe II y que no tenía el menor interés en la identificación verdadera del preso. En la carta que envía a D. Rodrigo el 24 de julio de 1595  dice:

He recibido vuestras cartas de 15 y 16 de éste con los papeles que en ellas se acusan, y, no obstante lo que apuntáis a propósito de carear a Francisco Gómez con Gabriel de Espinosa antes de proceder adelante con él, conviene que sin ninguna dilación pronunciéis y ejecutéis la sentencia que tenéis ordenada, pues lo principal de que se ha de pender lo de Francisco Gómez es el cargo que se le ha de hacer a Fray Miguel de los Santos, y él queda por sentenciar

Esta carta constituye la prueba evidente de la prevaricación del Rey Felipe II y la prueba de que el juez mismo que le condenó, tenía claro  su error al dictar sentencia. Por eso cuando le proponen un careo con alguien que conocía a D. Sebastián busca la intercesión del Rey para que le faculte a una diligencia más antes de ejecutar la sentencia, que es sencilla y puede ser definitiva. Esta diligencia que pide hacer, consiste en el reconocimiento, que además D. Sebastián dice que acepta y que él también conocerá a quien va a reconocerle, lo que para el juez es muestra indudable de inocencia y así se lo escribe al mismo Rey Felipe II. El juez sabía que había obrado contra la justicia cuando aplica la sentencia de muerte sin facilitar el reconocimiento pedido, obedeciendo al rey Felipe II, a sabiendas de que el reo es inocente o no habría pedido un careo, por eso pide un premio que esperará hasta el final y que pedirán abiertamente tanto él como su esposa pero que no conseguirían pues Felipe II comprendió perfectamente que si le daba la encomienda pedida era como pregonar a los cuatro vientos que le estaba retribuyendo por el reino usurpado que el juez Santillán le había regalado en bandeja.

 Felipe II ha comprendido perfectamente las intenciones del juez Santillán al forzarle a decir por escrito que no se efectúe el reconocimiento y se ejecute la sentencia. Su venganza, implacable como siempre, en una persona de su talante soberbio y orgulloso consistirá en dejar sin el premio prometido al juez Santillán que morirá poco después suplicando le den el premio que le habían prometido.

Al día siguiente de la ejecución del Rey D. Sebastián, el dos de agosto de 1595, el juez Santillán escribe al conde de Castel-Rodrigo, el gran traidor, Cristóbal Moura diciéndole:

Por la carta de su Majestad, verá Vuestra señoría de lo que le doy cuenta, y sólo digo que, viendo que la resolución de hacerme merced se dilata, y parece que era ya tiempo de hacérmela, me ha parecido suplicar a Su Majestad me haga merced de mandar se me dé el salario ordinario, cuando mis servicios no merezcan más que esto, no desmerecen lo que ordinariamente se les da a todos los alcaldes, y con todo eso estoy tan confiado de la merced que Vuestra Señoría me hace, que no sólo me hará Su Majestad esta merced, sino que me hará otras mayores, como yo lo espero y todo el mundo lo entiende.

Estaba claro que  el juez Santillán esperaba un gran premio y que todo el mundo entendería el porqué se le hacían dichas mercedes.

Pero hay más pruebas del crimen cometido. En el siglo XVI, las clases sociales, están perfectamente diferenciadas. Un miembro del estamento noble o de la realeza puede disfrazarse y hacerse pasar por villano u hombre bajo, pero no al revés.
El caso contrario, el de un hombre bajo que se disfrazase de gran señor es totalmente impensable pues sería reconocido en el acto al no saber comportarse como tal.

En el caso de D. Sebastián hay dos personas relevantes que descubren y no lo ocultan que bajo el disfraz de cocinero o pastelero se esconde un gran señor, y son el banquero de Medina Simón Ruiz y el hermano del juez Santillán, D. Diego de Santillán.

El banquero le envía a diario a la prisión la comida a D. Sebastián en platos de plata. El banquero es un hombre de mundo que no se deja engañar por las apariencias y ha reconocido en el preso a un Rey que en el futuro, si recupera su reino, puede ser un buen cliente.

D. Diego de Santillán el hermano del juez, ha sido comisionado por éste para trasladar al preso de Valladolid a Medina y tras el viaje escribe una carta a su hermano desde Medina el 20 de octubre de 1594, en donde le relata los pormenores del viaje y en donde le dice:”Y de todo este tiempo que le he hablado, prometo a v.m. que en mi vida vi hombre que más pareciese hombre principal, aunque él procura hacerse harto pastelero. Hoy me ha dicho que aunque sea para cortarle la cabeza desea ponerse a los pies de su magd. Y que esto yo lo procure, porque con esto redimiré un alma que está en camino de perdición”

Estos dos testimonios son concluyentes. Ni Simón Ruiz ni D. Diego de Santillán se han dejado engañar por el disfraz del preso y ambos reconocen por sus actos y escritos  que se trata de un rey. Él sin embargo lo niega y sigue empecinado en que es pastelero porque tiene un voto religioso que el Papa no ha consentido levantarle y por tanto cometería perjurio si cuenta quien es. Sin embargo, si otra persona le reconoce no es él quien comete perjurio, por eso su afán de decir que es pastelero, pero que venga algún amigo de D. Sebastián a reconocerlo y él adelanta que también él lo conocerá al que venga.

  Él había jurado vivir como hombre bajo durante veinte años y cuando intentó ante la Santa Sede que le levantasen el juramento hecho, la Sede Apostólica se lo negó por motivos puramente políticos para no indisponerse con España. Le faltaban, por tanto, tres años para terminar su voto. No podía descubrirse sin cometer perjurio. Su formación religiosa se lo prohibía. Antes estaba la salvación de su alma que su vida. Un reino valía menos que su condenación por perjurio. Su misticismo exacerbado le duraría hasta el fin de su vida pues él no podía desobedecer a lo ordenado por dos Sumos Pontífices Gregorio XIII y Sixto V. Esto lo sabía muy bien Felipe II y sus tres perversos y astutos consejeros los dos Idíaquez y el traidor a su Patria y a su Rey Cristóbal Moura

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No obstante no quererse declarar, D. Sebastián deja a la posteridad una pista que constituye una prueba irrefutable sobre su identidad que consiste en su firma al pie de su declaración en el proceso, firma que llena de indignación a Felipe II y que dice:

        YO REY PRESO QUE NO ESPINOSA

Después rubrica igual que hizo en numerosos documentos firmados durante su reinado. Consistente en tres aspas una sobre otra y la tercera más grande por debajo de las otras dos que bajan hacia la izquierda y luego se desliza hacia la derecha hacia arriba haciendo en el cruce una elipse. Con esta firma deja dicho a la posteridad que él no es un impostor llamado Gabriel de Espinosa, sino un Rey encubierto que se haya preso.



Arriba firma del Rey D. Sebastián al pié de su declaración en la prisión . Abajo, su firma en un documento de Estado años antes cuando aún ejercía como Rey de Portugal. Como puede observarse las rúbricas de las firmas son idénticas a pesar de los años transcurridos y de las espantosas circunstancias en que firma en la prisión.



Zoom sobre la firma:









A la ejecución de D. Sebastián acudió enorme multitud atraída por la curiosidad y el posible espectáculo de ver manifestarse públicamente al preso a quien el rumor generalizado daba por ser el Rey encubierto D. Sebastián. Los únicos que no acudieron a la ejecución fueron los miembros del concejo municipal de Madrigal que dimitieron colectivamente para, así, mostrar que ellos no estaban de acuerdo con la sentencia y consideraban que se iba a cometer un crimen de lesa majestatis al ejecutar a un Rey ungido de Dios.

Con la muerte de D. Sebastián comienza un fenómeno en el pueblo portugués: el Sebastianismo, esto es, el ansia de un pueblo que quiere recobrar su independencia e identifica esta con su rey desaparecido. Si Portugal  pierde su independencia por culpa de D. Sebastián, fue también D. Sebastián el símbolo ideológico de esa independencia y gracias a su pervivencia en el colectivo portugués será posible la restauración de la independencia.

    A la ejecución de Fray Miguel  asistió un notario enviado por Felipe II. Fray  Miguel públicamente antes de presentarse   ante el tribunal de Dios tras haber confesado y comulgado, manifestó a todo el mundo, al pié del patíbulo, que el preso de Madrigal era el Rey D. Sebastián y que si en el proceso, en alguna ocasión, había dicho lo contrario había sido por la tortura.


Después habló largo rato con el notario del Rey y murió santamente. Con esta última prueba irrefutable,- era un sacerdote que acaba de confesar y comulgar-, quedaba claro que en Madrigal se había consumado un terrible crimen de Estado.

Juan de  Llano escribe a Felipe II, el 19 de octubre, relatándole el final de Fray Miguel y le dice:

Señor
Habiendo dado cuenta a Vuestra Majestad el martes pasado, con correo propio, de la degradación de Fray Miguel de los Santos que se hizo el día antes, enviando la copia de su sentencia y de lo que en aquel acto había pasado, y de cómo, habiéndose entregado a la justicia seglar, quedaba en la cárcel real de esta corte para hacer justicia de él, referiré en ésta lo que después acá ha pasado, para que VMgd. lo entienda y salga de cuidado.

Hoy jueves, 19 de éste, a las 11 del día, habiéndole acompañado al dicho Fray Miguel en la cárcel frailes descalzos franciscanos que pidió y otros religiosos, y tratado las cosas de su salvación, y habiendo recibido los Santos Sacramentos, habiéndole condenado el alcalde Diego de la Canal, que conoció de su culpa, a muerte de horca, y que después de baxado de ella le cortasen la cabeza y la llevasen a la villa de Madrigal, donde en la plaza de ella fuese puesta en un palo por espacio de 10 horas, le sacaron por las calles públicas de esta corte y le ahorcaron en la plaza de ella, interviniendo muy gran concurso de gente de todos estados a verle morir. Y, estando para ello subido en la escalera, llamó al escribano de la comisión, que asiste a la justicia, y estuvo con él hablando un buen rato para decirle que moría sin culpa, y que las confesiones que había hecho en el tormento eran falsas, y, a este propósito, algunas cosas que son de poca consideración; su muerte o librarse de ella, pues es cosa sin duda ser la verdad lo contrario. no se escribió ninguna de ellas, y por parecer antes son dichas a fin de dilatar

Y con esto acabó allí su vida el dicho Fray Miguel, y con ella se acabó este negocio que tanto cuidado y fastidio habrá dado a VMgd., con tanta satisfacción del mundo que estaba a la mira de él, porque se deben dar a Dios muchas gracias por haberlo así encaminado, y a VMgd., que con tanta vigilancia cela las cosas de su servicio y bien y paz de sus reinos, porque confío en su misericordia y clemencia que ha de alargar la vida y salud de VMgd., para que con ella su iglesia católica se conserve en la paz y quietud que conviene para mayor bien de la cristiandad, como yo se lo suplico cada día, aunque indigno. Él guarde y prospere la católica y real persona de VMgd. muy largos y felices años como es menester. De Madrid, 19 de octubre de 1595. El Doctor Juan de Llano.

La carta no tiene desperdicio. Aparte el tono rastrero, le dice lo que ha pasado para que el Rey “salga de cuidado”. Por lo visto, el rey no descansaría hasta ver consumado su crimen en su totalidad y eliminados todos los testigos molestos del mismo que pudieran descubrir el pastel.
Para más tranquilizarle le dice que de las cosas que dijo al notario real “no se escribió ninguna de ellas”. Así quedará cerrado para siempre este “fastidioso” asunto que podría haberle costado un reino a su muy católica majestad y quedará todo tapado  y bien tapado, para que en el futuro nadie pueda hacer indagaciones molestas o peligrosas. El duque de Lerma terminaría la faena ordenando la clausura de todo el proceso como secreto de Estado y materia reservada.

Sí le señala en la carta, que el preso manifestó que todas las “confesiones hechas en el tormento  eran falsas” con lo que le pone de manifiesto al rey su mérito al haber ajusticiado a ese hombre y así se hace más merecedor del premio que espera le conceda. Desde luego, el doctor Llano se ha ganado bien el obispado prometido.

Y así termina la verdadera historia del rey D. Sebastián. Un rey que prefirió una muerte indigna como pastelero antes que cometer perjurio. Con su muerte verdadera dejó un testimonio a la posteridad de cómo vive y muere un príncipe cristiano.